La clase de griego
Han Kang
Se comenta el libro “La clase de griego”, que no fue del agrado general, de la autora coreana, premio Nobél 2024 Han Kang, y que cuenta en su haber otras obras conocidas como “La vegetariana”, “Imposible decir adiós” y “Actos Humanos”.
Es un libro difícil, narrado en primera persona, con un
lenguaje intimista y poético, donde se presentan pocos personajes, algunos sin
nombre. Bonitas y nostálgicas descripciones, tristeza a lo largo del relato,
sin ocasiones para alegría. Razonamientos de filosofía. En una primera lectura,
hay confusión en los tiempos y los espacios, echando en falta una mayor
precisión. Un retazo de la cultura coreana, que aún ajena a nosotros, tiene
claras coincidencias humanas. Dos vidas solitarias que llegan a converger.
Continuas anotaciones poéticas, sensibilidad y belleza en la prosa.
Un profesor de griego, con problemas de visión reducida, va
cumpliendo la condena de ver desdibujados los detalles del mundo, caminando
despacio hacia la ceguera total, mientras se hunde en un abismo de amargura. El
exceso de metáforas, ensoñaciones y divagaciones del profesor, pueden llegar a
producir cansancio.
Una estudiante de griego que ha perdido el habla, atrapada
en una vida sin horizontes, divorciada, con un hijo al que casi no puede tener,
y con el conocimiento de que estuvo a punto de no haber nacido. Describe la
vida cotidiana y gris de las personas en un ambiente deshumanizado en las
calles de Seúl, acompañadas del imparable tráfico urbano. Refleja sentimientos
obscuros en su ánimo.
El desafortunado accidente del profesor, y su coincidencia
en el espacio con la alumna, crea un vínculo entre los dos, que podría llegar
algo más allá.
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En esta ocasión, por la belleza literaria y la claridad interpretativa de la obra La clase de griego, realizado por nuestra compañera Marisa Hidalgo, nos ha parecido interesante incluir su comentario.
LA CLASE DE
GRIEGO
La belleza de sus palabras y la
profunda expresión de sus sentimientos hacen de este relato una poesía llevada
a la prosa.
Entre los
muchos caminos inescrutables de la vida, de pronto ocurre que encuentras un
alma gemela que te tiende una mano para poder seguir viviendo. Así la
protagonista de nuestra historia encuentra al profesor de griego antiguo, y sus
vidas hasta ahora paralelas empiezan a converger. Ella lleva una vida en silencio, las palabras se han ido y no entiende muy
bien porqué. En el profesor ella descubre una cicatriz que “le parece un mapa
antiguo que marca el camino por donde habían fluido las lágrimas” y sabe que
él también alberga un gran sufrimiento. Él
la insta a hablar sin saber que no puede, pero cesa en su intento y desea
encontrar otro camino que la conduzca a ella.
Él,
escritor, poeta y profesor de dos universidades, se está quedando ciego.
Ella aprendió
a leer a los 3 años y su madre le habló de su capacidad y tesón y que siempre
recordara que era una niña brillante; hoy la veríamos como una niña “rara” pero
con un gran mundo interior, pero diferente,
ya
que las palabras le obsesionaban,
buscaba en ellas tan perfección, que al no lograrlo se ponía mala, sentía ganas
de gritar, de vomitar … a los 16 años esa sensación desapareció de pronto pero
el silencio se interpuso entre su pensamiento
y su boca. Entendía todo pero no podía expresarlo. Estuvo ingresada en
un psiquiátrico, hasta que su madre se dio cuenta de la inutilidad del proceso
y se la llevó a casa, fue al instituto, pero las palabras seguían sin fluir. Un
día recordó el lenguaje como quien recupera un órgano atrofiado. Años después
la volvió a perder al morir su madre y quedarse sin su hijo, que se lo llevó el
padre demostrando, mejor dicho arguyendo que estaba loca.
Ha decidido
acudir a clase se griego antiguo para intentar recuperar el habla.
No le
interesa la historia, solo las palabras. Cuando su hijo empezó a hablar, hace 8
años, ella soñaba con una única palabra global y sigue con su afán de
investigar las palabras, sobre todo de las lenguas muertas, que solo se entiendan
las palabras, ya que nadie entiende si hablan.
Él también
viaja a su pasado, cuando empezó a perder la vista, su vida en Alemania, su
deseo de volver a Corea, la preocupación de su hermana de que viviera solo, su compañero
de universidad que le decía que aprendiera braille y su antiguo amor, no
correspondido, hacia la hija del oftalmólogo . Escribe a su hermana y le dice
que va todo bien y le habla de su alumna, la que no pronuncia las palabras.
Siguen las clases, pasa el tiempo, profesor y alumna, dos solitarios que se
necesitan aunque aun no lo sepan, se
van familiarizando.
Ella es una
persona triste,”Bosque brillante” se puso de nombre su hijo, cuando jugaron a
ponerse nombres indios “Tristeza de la
nieve que cae” le puso a ella. Ella echa de menos a su hijo. Él filosofa con su
amigo sobre la vida, sobre lo bello y lo humano, sobre su ceguera y evocan a
Borges, “Sí, el tiempo, un fuego que me consume”.
Por un
percance queda atrapado en el sótano de la academia con las gafas rotas, sin
linterna y sin móvil, se siente impotente, se hunde, pero escucha un leve
taconeo en el piso de arriba, todavía queda alguien. Grita, pide auxilio y al
poco un suave olor a jabón de manzana le
hace sentir que le están ayudando. Ella le acompaña a su casa y comienza un
nuevo camino para andar.
“Si la nieve
es el silencio que cae del cielo, tal vez la lluvia sean frases precipitándose
interminablemente.
Marisa Hidalgo